Ética en el uso de plaguicidas para manejo de plagas urbanas

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Ética en el uso de plaguicidas para manejo de plagas urbanas

Guillermo Tarelli

Por Ing. Guillermo J. Tarelli
CHEMOTECNICA SA

ÉTICA, palabra de pocas letras, pero de enorme dimensión. Desde las definiciones puras, la ética podría describirse como la “disciplina filosófica que estudia el bien y el mal, y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano; o bien como el “conjunto de costumbres y normas que dirigen o valoran el comportamiento humano en una comunidad”. Por supuesto que, desde una visión antropocéntrica, la ética y la moral representan los principales factores intangibles que determinan nuestras acciones diarias y nos someten a la evaluación social permanente. En este sentido, es lógico asumir que muchas veces nos comportamos como la sociedad espera que lo hagamos y no como quisiéramos. Pese a esto, y afortunadamente, las reglas sociales o “leyes” encausan nuestras acciones y minimizan los traspiés en que podríamos incurrir. Como organismos biológicos, somos seres complejos y naturalmente facilistas. El ser humano tiende a buscar las alternativas de supervivencia que le representen el menor esfuerzo posible, y en este contexto se ubican aquellas personas que sin considerar la ética o la moral pretenden obtener el mayor rédito posible de cualquier acción que desarrollen.

La ÉTICA PROFESIONAL, sin importar el grado que uno haya alcanzado o carrera elegida, implica desarrollar una actividad laboral aplicando éticamente los conocimientos adquiridos. Por esta razón, un profesional éticamente correcto, será aquel que se comporte adecuadamente en la vida personal y profesional. Cualquier carrera universitaria nos aporta los conocimientos elementales para desarrollar una actividad con mayor precisión y eficiencia. No obstante, la universidad no discrimina entre seres morales o amorales, situación que muchas veces permite que personas inescrupulosas sean más eficientes en las cosas negativas que se propongan. En este marco, la ética profesional, es reflejada en códigos deontológicos o códigos profesionales donde se establecen los principios y valores que hacen a una profesión debidamente desarrollada.

El uso de plaguicidas para manejo de organismos “plaga”, es una actividad relacionada a varias profesiones, aunque solo hay una manera de implementar correctamente estas herramientas. Sin importar la profesión o plaga a controlar, los plaguicidas deben utilizarse en la menor medida y con la mayor eficiencia posible. Esto debe considerar el producto a utilizar, el organismo blanco, y el entorno. Médicos, profesionales de las ciencias químicas o biológicas, o aquellos relacionados a las ciencias agropecuarias, pueden poseer funciones vinculadas al uso de formulaciones o compuestos químicos destinados al manejo de plagas. En muchos casos, plagas de producciones primarias o secundarias dentro de la cadena agroalimentaria. En otros, ácaros, insectos o roedores, establecidos en ámbitos urbanos. En este último caso, y debido a la transmisión vectorial de enfermedades que desarrollan muchos de estos organismos, se hace inviable sostener la convivencia con seres humanos. Esto último ha generado a partir de los años 50’ el desarrollo de la industria de manejo profesional de plagas. Asumiendo que mundialmente no existen carreras de grado específicas para formación de “Controladores de Plagas”, ha surgido la especialización de profesionales de distintas áreas que se dedican a desarrollar esta actividad bajo criterios éticos y técnicos propios de sus carreras. Por supuesto que esto último requiere de adaptación y desarrollo de nuevas estrategias adaptadas a la actividad en cuestión. Antiguamente, y dada la vulgaridad con que se desarrollaba la actividad de control de plagas urbanas, el uso de plaguicidas era excesivo e ineficiente. Se asumía que la erradicación de plagas era factible, y solo se requería para ello la aplicación de una buena cantidad de caldo insecticida/acaricida o raticidas según fuera necesario. Durante décadas, tal vez olvidando la ética estricta en toda su extensión, se fabricaron y comercializaron plaguicidas sumamente efectivos para controlar insectos durante largos períodos de tiempo. Esta persistencia en el ambiente y su biodisponibilidad, demostraban con claridad que el único objetivo perseguido era “erradicar” a los organismos perjudiciales. Los principales referentes de este rubro fueron los clorados, tales como el DDT, y posteriormente fosforados y carbamatos. Estos últimos aún vigentes, aunque generalmente autorizados para usos específicos y en ámbitos determinados. Sin entrar en análisis complejos respecto a defectos y virtudes de las distintas familias de plaguicidas, debe considerarse que son productos necesarios, pero que deben ser utilizados con criterio profesional, racional y adecuadamente. Los viejos métodos de control de plagas consideraban innecesario conocer que plaga estaba presente, no se invertía en tecnología y el medio ambiente era totalmente desconsiderado. Con el correr de los años, el concepto de sustentabilidad ha penetrado todas las actividades que desarrolla el hombre. Algo sustentable, desde el punto de vista de la ecología ambiental, en algo sostenible en el tiempo. Para ser sostenible, cualquier actividad debe realizarse sin afectar el medio en el cuál se desarrolla. El control de plagas urbanas no escapa a ello, y por esa razón desde hace más de 50 años se trabaja en el desarrollo de nuevos conceptos y programas de manejo racional de insecticidas.

El Manejo Integrado de Plagas Urbanas, habitualmente conocido con la sigla MIPU, es la evolución derivada del manejo integrado de las plagas agrícolas. Es un concepto integral que prioriza los aspectos preventivos ante los curativos, y favorece la eficacia de estos últimos en la medida que deban ser empleados. Desde el punto de vista ético profesional, resulta imperioso aplicar todos los conocimientos biológicos y comportamentales de las plagas para poder minimizar el uso de compuestos químicos. No resulta ético, además de ser poco profesional, procurar resolver los inconvenientes asociados a organismos plaga priorizando el uso de insecticidas. Nadie que se dedique a esta actividad, puede ignorar los requerimientos y razones por las que un insecto, roedor o ave, colonizan un lugar, permanecen en él y se establecen. La capacitación y aprendizaje permanentes, son fundamentales para poder “combatir” plagas y vectores de enfermedades con eficiencia y de manera sostenible.

En base a lo antes mencionado, es que surgen los programas de Manejo Integrado de Plagas Urbanas. Estos programas, aplicables al manejo de las distintas especies, pretenden estandarizar los procesos de manejo poblacional de plagas. Asumiendo en todo momento que se trata de poblaciones dinámicas, con capacidad adaptativa y reacciones propias impulsadas por la búsqueda de la sobrevivencia. No se deben considerar los programas de MIPU como recetas estrictas, sino como lineamientos elementales a considerar para diseñar estrategias efectivas, dependiendo de la plaga y el ambiente en el que se encuentran presentes. El gráfico N°1 describe las distintas acciones que implica desarrollar un programa de MIPU, donde cada escalón verde representa una medida necesaria y preventiva que minimiza la aparición y establecimiento de las plagas, mientras que los escalones azules representan las acciones “curativas”. La ley de Pareto, conocida mundialmente como la regla del 80 % – 20 %, también aplica a estos programas. Puede verse claramente que el 80 % de las acciones resultan preventivas y solo el 20 % son acciones concretas de control.

Este gráfico expresa claramente cuál es la función y responsabilidad del profesional dedicado a manejar poblaciones de artrópodos o vertebrados plaga en ámbitos urbanos. Ética y moralmente, el profesional del MIPU posee la obligación de difundir y enseñar las buenas prácticas de control. La persona idónea conoce las necesidades de las plagas (agua, alimento y refugio) y las razones por las cuales el medio permite que estas arriben, se establezcan y proliferen. En base a estos conceptos, deben diseñarse programas específicos y sustentables que garanticen eficacia para controlar las poblaciones de organismos no deseados, y simultáneamente el menor impacto ambiental. Quién no aplique correctamente esto, estará incumpliendo su deber profesional. Para contribuir a la buena formación de técnicos, agentes de salud y personas relacionadas directa o indirectamente al control de plagas y vectores de enfermedades, en este capítulo procuraré brindar las herramientas que permitan diseñar e implementar un programa de MIPU sostenible, eficiente y seguro para la salud de las personas y el ambiente. Generalmente, quién diseña e implementa programas destinados a controlar plagas, pierde de vista que sus acciones poseen impacto directo sobre organismos no target, el ecosistema e inclusive la sociedad. Por esta razón, es prioritario y fundamental, aplicar una mirada holística a esta actividad (gráfico 2), analizando los distintos sistemas de manera individual pero también integralmente. Los factores climáticos, estructuras edilicias, el ser humano y el ambiente interactúan permanentemente y generan o no las condiciones propicias para que las plagas puedan establecerse.

Como mencioné en párrafos anteriores, el ser humano es facilista por naturaleza, y tiende a perder de vista las cuestiones relacionadas al medio ambiente y a las consecuencias que pueden acarrear los malos manejos que se realizan en el uso de sustancias exógenas y peligrosas como los plaguicidas. Las drogas farmacéuticas, los agentes industriales de limpieza y los plaguicidas entre otros, resultan muy peligrosos si no se utilizan debidamente. Por otro lado, bien utilizados, son productos seguros y necesarios. Mi objetivo, es que estas líneas le permitan abordar con mayor seguridad y precisión las implicancias de la actividad de manejo de plagas en las grandes urbes.